martes, 17 de diciembre de 2019

Cómic Recomendado: FLASH GORDON de DAN BARRY

FLASH GORDON Y YO
Conocí a Flash Gordon cuando (yo) iba al colegio. No recuerdo si mi padre me había hablado ya de él, aficionado como era a las viñetas en su juventud de posguerra. El caso es que lo vi por primera vez en las páginas de un fascículo que encontré en uno de esos sobres sorpresa –ignotos popurrís de baratijas– que comprábamos los niños de la EGB. Se trataba de un número de la edición de Buru Lan del Flash Gordon de Alex Raymond. Un cuaderno enorme, comparado con los tebeos que se leían en casa. Recuerdo unos colores muy apagados, mucho texto, aventuras de capa y espada mezcladas con vehículos de un diseño tan antiguo que no entendía. Y un dibujo serio, amanerado, de mucha tinta. Muy para mayores. Me resultó interesante, pero no me cautivó. Más adelante –pero no mucho más– encontré, entre los tebeos de saldo que vendían en las papelerías cercanas a casa, unos viejos cuadernos apaisados con horrendas portadas doradas. En su interior, publicados por la Editorial Dólar de cualquier manera y con alegre inclusión de propaganda entre viñeta y viñeta, había otro Flash Gordon que ya no vestía fajín ni empuñaba espada; este llevaba escafandra y pilotaba auténticos cohetes de la era espacial. El dibujo era realista, dinámico, con un atractivo toque de estética y tecnología cincuentera. Las aventuras no transcurrían en el mundo medieval de Mongo, sino en colonias mineras de Venus, en prisiones satélite en órbita baja, entre los restos de un naufragio espacial en las cercanías del cinturón de asteroides. Aquello me atrapó desde la primera página, fascinado desde siempre por cualquier cosa que oliera a exploración espacial. Ese Flash Gordon astronauta sí conectaba conmigo, y se convirtió en mi Flash Gordon. Su autor, el dibujante Dan Barry –ayudado por una cohorte de colaboradores, alguno tan ilustre como el escritor de ciencia ficción Harry Harrison–, se había encargado del personaje en la década de los cincuenta dando un vuelco a todo lo había sido Flash Gordon hasta ese momento. Ojo, que un poco más adulto y queriendo conocer los orígenes de mi héroe, llegué a apreciar el extraordinario trabajo de Alex Raymond. Qué digo apreciar: llegó a maravillarme. Contemplado desde la perspectiva de su época, de su momento, incluso el muy poco plausible mundo tecnológico-medieval en el que corría sus aventuras –tan deudor de Burroughs–se convirtió para mí en un escenario referente de la ficción fantástica. Una delicia.
Pero volviendo a Dan Barry: no era sólo la estética y el escenario. El Flash Gordon de Barry no era un héroe épico que encabezara revoluciones contra tiranos de largos bigotes, o salvara a su prometida de las fauces de bestias alienígenas; era un profesional, un técnico, un hombre de ciencia. Pero también un ciudadano de gran calidad humana, terriblemente responsable, siempre dispuesto a sacrificarse para socorrer a quien fuera que se encontrara en apuros. Con un punto temerario, eso sí.
El Flash Gordon de Barry era un héroe ético. Y además, astronauta.
Y como tal se convirtió en mi referente. Recordemos que yo era bastante pequeño, creía en la bondad, la justicia y el auxilio de los desfavorecidos. Cuántos disparates no habré hecho en su nombre. En mi infancia, dentro de mi cabeza, el “no hay huevos” se convirtió en “Flash Gordon lo haría”.
¿Cómo no amenazar con un ladrillo a esos niños mayores que estaban tirando piedras a un gato? ¡Flash Gordon lo haría!
¿Cómo no colgarme de la baranda por el hueco de la escalera del sexto piso donde estaba mi casa? ¡Flash Gordon lo haría!
¿Cómo no pasar de vuelta a casa por ese callejón oscuro que el “Piraña” –un popular delincuente juvenil de aquellos años– acababa de cruzar con un secuaz? ¡Flash Gordon lo haría!
¿Cómo no colarme por ese portal abierto para subir al terrado del edificio y disfrutar del riesgo saltando de azotea en azotea? ¡Flash Gordon lo haría!
Las cosas no siempre acababan bien, y fue siempre muy frustrante perder una pelea, recibir una paliza (metafórica o literal), siendo yo el bueno. Luego llegas a entender que lo de ser el bueno es una cuestión de perspectiva.
Por otra parte, al llegar a la pubertad –la Edad de la Zambomba–, la influencia de ese Flash Gordon intachable se mantuvo. Mal asunto. A mi alrededor, en el colegio, en el club d’Esplai –agrupación parroquial que organizaba excursiones, acampadas y todo tipo de sanas actividades para niños y adolescentes–, amigos y compañeros mostraban su adultez jactándose de la calidad y cantidad de zambombazos que acometían a diario. ¡A diario! Y yo no podía dejar de pensar: “Pues eso Flash Gordon no lo haría”. De verdad que me costaba imaginármelo. Afortunadamente esa etapa pasó, aunque retrasó mi entrada en la más celebrada de las patologías adolescentes. Por supuesto no tardé mucho en resarcirme de la demora. ¡A diario!
En fin, que si sobreviví a mi infancia no fue gracias al Flash Gordon de Dan Barry. Pero fue un compañero inolvidable.
Todo esto viene a que la editorial Dolmen, en su colección “Sin Fronteras” de tiras de prensa, en los volúmenes dedicados a Flash Gordon, ha llegado por fin a la etapa realizada por el autor Dan Barry. Y tras toda una vida de coleccionar ediciones de estos cómics, me congratulo de empezar a disfrutar de la mejor versión hasta la fecha publicada en España. Claro que lo mismo podía haber comentado de las etapas anteriores –Raymond, Briggs–, pero es que Barry es Barry, y –ya lo dije– su Flash Gordon es mi Flash Gordon. Y voy a disfrutar reviviendo en condiciones nuestra relación.

Alberto Moreno, autor de las novelas Antrópica y La Edad del Vuelo y el relato Profundo.