La que fue llamada “línea chunga” del comix independiente español tuvo su momento de gloria allá por los años 80, con sus Nazario, Max, Ceesepe, Gallardo y demás. La historia es bien conocida, y no es necesario volver a ella. En este momento, sin embargo, con varias décadas de por medio, podemos preguntarnos si nos ha quedado algo de valor de aquella que pueda seguir inspirando a la basca de las viñetas; si ha habido relevo generacional; si pueden seguir creándose obras más o menos de interés tras su estela. Y bien, aquí tenemos este Carne de cañón, de Aroha Travé, que parece recuperar parte del espíritu de aquella época.
La historia que plantea no es que tenga mucho misterio: tres hermanos, dos niños y una niña, los tres preadolescentes; los padres de estos, algo más de familia, y los amigos. Y, sobre todo: el barrio. Un barrio marginal de los que hay cuando menos alguno en cualquier ciudad a partir de cierto tamaño. Y, a partir de aquí, un seguido de anécdotas vitales en la vida de esos críos, esa familia, esos amigos, ese barrio.
Lo importante, al final, es el cómo. Travé ha dado, según creo, con el tono adecuado para retratar a sus personajes y su ecosistema. Para empezar, con el lenguaje que estos emplean, un argot que nos resulta familiar de pakorras, quillacos, poligoneros; impagable, en este aspecto, el personaje de la madre, quien es capaz de soltar cuatro improperios en tres palabras. Y con el dibujo, que sí, que recuerda algo a la citada “línea chunga”, pero que al tiempo es sumamente detallado y preciso en el retrato de personajes y escenarios.
Y aquí estamos, con un comix con el que es fácil empatizar, en especial si una o uno ha vivido en alguno de esos barrios de periferia que Travé retrata in nuce. Algunas cosas, en efecto, han cambiado desde los tiempos de Makoki o Peter Pank, pero otras no tanto y, por ejemplo, las situaciones que bordean, si no calan directamente en, la miseria siguen ahí. Mérito de Travé, como en su día de muchos momentos del comix ochentero, es retratar esa miseria con un punto de humor ―negro, por lo general―, y hacernos entrañables a personajes que no son precisamente modelos de la cosmovisión Disney. Y conseguir que su obra no sea un mero intento de revivir nostalgias pasadas del underground, sino un título con méritos propios más allá de sus referentes.
El libro, por lo demás, es diminuto. Buscadlo bien por la estantería de novedades, donde todavía andará, o ya en los estantes de fondo. Y ya contaréis qué tal la visita al barrio.
Rafa