Siempre que aparece cualquier cosa con el nombre de Warren Ellis impreso en la cubierta sé que, como mínimo, habrá que echarle un vistazo. No todas sus obras son obras maestras, pero de las últimas tiene ya unas cuantas. Y siempre digo que, siendo tan prolífico como es, aun sus obras "menores" alcanzan un nivel que ya quisieran muchos. No hay tebeo suyo tan malo del que no puedas rescatar al menos un par de "momentazos Ellis", unas líneas de diálogo o una imagen impactante de las que son ya sus señas de identidad. Curtidísimo en el oficio, su habilidad como narrador es difícil de igualar. Y es un tipo leído, inquieto, curioso, que no para de tomarle el pulso a nuestra época a través de cualquier manifestación cultural que se le pueda poner a tiro, presto a reinterpretar, reciclar, remezclar todo ello en sus propias creaciones.
Y he aquí este Cemetery Beach, recién sacado del horno de Norma Editorial en una hermosa edición en cartoné que recopila la miniserie original de siete grapas. Cuenta con el arte de Jason Howard, el mismo dibujante de una serie de Ellis con más largo recorrido, Trees, que también publica Norma. Si añadimos a esta última otra serie de Image, Injection (Norma en España), y una más de DC, The Wildstorm, tenemos los que para mí son los tres títulos fundamentales de la producción más reciente de Ellis. Y, siguiendo con algo que también es habitual en él, entre medias de sus títulos, digamos, más exigentes, Ellis suele hacer algo así como divertimentos en forma de series limitadas, de los que Cemetery Beach es un buen ejemplo. De este modo, puede experimentar ciertas ideas y soluciones narrativas sin el nivel de autoexigencia que se nota sí que tienen las obras por las que parece realmente apostar, y, como decía, aunque los resultados puedan ser algo más cuestionables, siempre encuentro motivos de interés hasta en estas bagatelas ellisianas.
Como muestra, una playa cementerio. Siete episodios, un tomo de 160 páginas, que es básicamente una persecución en plan todo-el-mundo-contra-la-pareja-protagonista, y muchos disparos, muchas explosiones, muchos muertos. Eh, Mad Max: Fury Road era básicamente eso también, y allí ni siquiera había naves voladoras, y los diálogos digamos que no eran excesivamente abundantes ni preclaros. Aquí, como decía, las machadas marca de la casa pululan por las páginas, y la ultraviolencia desmedida y la acción-acción-acción empiezan pronto y no se acaban hasta el final. No deja de ser, insisto, un guiñol, un vehículo para que los autores se lo pasen pipa y exhiban músculo narrativo, y nosotros que lo veamos. Y no deja de ser un Warren Ellis, dos palabras mágicas que siempre acabaré traduciendo como: recomendado.
Rafael
Rafael