lunes, 18 de mayo de 2020

Cómic recomendado: THE BOYS

A Garth Ennis no le gustan los superhéroes. Ha escrito docenas de cómics protagonizados por ellos pero no le gustan. Es por eso que me parece muy curioso lo que propone en este The Boys: una mirada más o menos profunda al género, un vistazo a cómo se comportaría en el mundo real alguien con superpoderes y quién los vigilaría para que no se pasasen de la raya.
Todos estos planteamientos ya se hallaban en el quintaesencial Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, y en decenas de obras que han continuado explorándolos de forma más o menos afortunada posteriormente, pero las principales diferencias radican en las particularidades temáticas y de tono que aporta Ennis, que es un guionista con todas las letras.
La primera se centra en lo que he apuntado más arriba, su desprecio por la figura del superhéroe, que hace que su representación del mismo sea bastante sarcástica, negativa y vitriólica, básicamente poniendo a parir a prácticamente todo metahumano que aparece en su obra y en este The Boys. Aquí no nos encontramos como en el caso de Watchmen con ningún tipo de sentimiento nostálgico u homenaje al género (si dejamos a un lado un par de viñetas de Starlight alzando el vuelo en las calles de Nueva York, que parafraseando el eslogan del primer Superman de Christopher Reeve, son capaces de hacerte creer que una mujer puede volar).
La segunda es su afición por las historias bélicas y de espionaje, y que en este caso emplea como espina dorsal para presentar la historia secreta de su universo superheroico particular.
He dejado para el tercer y último lugar, el tono que Ennis y Darick Robertson imprimen a la serie: muy, pero que muy absurdo, grosero e intentando hacer continuamente piruetas para ser lo más chocante e irreverente posible, lo que lo acerca en cierta manera a otro de los cómics que, como Watchmen y El Regreso del Caballero Oscuro, marcaron un antes y un después en el mainstream estadounidense a mediados de los 80, el Marshal Law de Pat Mills y Kevin O'Neil.
Ennis convierte la obra en un ejercicio de política ficción, enlazando acontecimientos reales como la Segunda Guerra Mundial y los atentados del 11S y organizaciones como la CIA y corporaciones del complejo bélico militar (en este caso, Vought-American, gestora de la mayoría de "superhéroes" y deseosa de vendérselos al gobierno estadounidense como perfectos para la defensa del país para así ganar la sabrosa puja por el dinero de los contribuyentes destinado a la compra de material bélico) con la aparición del superser y su impacto entre las masas, en una telaraña apasionante que a mí me parece lo mejor del cómic (a este respecto toda la trama relacionada con lo que sucedió realmente el 11S en este universo de ficción, incluyendo una conspiración muy oscura en los mismo despachos de la Casa Blanca, es ejemplar, así como la escena de Leche Materna en el puente de Brooklyn que es espeluznante por representar vivamente el estar en el ojo del huracán de un atentado terrorista).
Luego está la otra parte, en la que The Boys, los muchachos, se encargan de vigilar a los vigilantes, a poner incómodos a los superhéroes patrocinados por Vought-American y a meterles palizas. Aquí encontramos el apartado erótico festivo del concepto, las burradas y las pasadas de rosca, y donde, todo hay que decirlo, también vemos como Ennis se da la razón a sí mismo pintando a la mayoría de seres con superpoderes como unos tipos decadentes, amorales, cuando no completamente criminales y monstruosos. Con muy contadas excepciones, la mayoría de las interacciones entre los muchachos y los tíos de los pijamas son un festival de humor gore que fuerza bastante la coherencia estética y argumental de la serie (el mayor ejemplo de ello probablemente sea la saga Herogasm, donde se mezcla el principio de la trama "interesante" de la serie en un complejo turístico en el que hay una orgía o varias en cada piscina y donde todos hacen cola para tirarse a la "Hulka" de turno).
Los personajes principales, Huguie y Starlight, son sin embargo empleados como bisagra entre una cosa y la otra, la zona gris en el mundo de blancos y negros, entre el afán de realismo y el exabrupto superpoderoso, entre el mundo de la gente normal y los supers, anclando a The Boys en una simulación más cercana al mundo real y permitiendo que el lector pueda identificarse con alguien con motivaciones más humanas y cotidianas que las de la mayoría del resto del reparto.
Tanto si sois fans del Ennis más ganso como del más reflexivo (al que se puede encontrar especialmente en sus cómics de guerra) en The Boys encontraréis cosas que creo os satisfarán enormemente, toda la serie tiene momentos impresionantes en un sentido y otro. Tal vez la saga que aúna lo mejor de ambas cualidades de Ennis es la de los G-Men, un trasunto de los X-Men, donde no todo es blanco o negro y el guionista presenta una visión terrorífica del grupo de mutantes, pero explicando al mismo a tiempo las mecánicas del abuso y como este se perpetua.
Si queréis saber más, nuestro showcast Los Guardianes de Gotham le dedicó un capítulo a este interesantísimo cómic, aprovechando la emisión de la primera temporada de su adaptación televisiva, que también os recomiendo porque vale la pena por sí misma y como traducción del material original a otro medio. Podéis verlo dándole a este ENLACE.
Y para despedir esta recomendación, una mención a las portadas, que en lugar de ser las tristemente genéricas que suelen publicarse desde hace ya tiempo en los tebeos de superhéroes por temas de producción, aquí sí hacen referencia a lo que pasa en el interior del tebeo, siempre captando un momento particular e interesante. Me encanta la labor de Robertson en este sentido, tanto que mientras redacto estas líneas no sé qué portadas seleccionar para ilustrarlas.
The Boys es un cómic que no te dejará indiferente y que se puede leer sin haber leído ningún tebeo de superhéroes antes, ya que es una creación propiedad de los autores, que te envuelven en su mundo desde la primera página.

Jaume Albertí