Aglaé es una
oceánida.
Un día queda
preñada de un desconocido y, su padre, Poseidón, la expulsa del
bosque de Enna, donde había vivido siempre con sus hermanas.
El cantar de Aglaé
es una fábula. Una fábula levemente mitológica en su comienzo, una
fábula circense y una fábula feminista. Aglaé detesta a los
hombres: uno la dejó embarazada; otro la condenó al exilio; y otro,
el tirano del reino, pone en peligro su vida porque odia a las
mujeres solteras embarazadas y las condena a muerte en cuanto alguien
le pone sobreaviso de la situación. Podría decirse que Aglaé
también llega a sentir desprecio por James Kite, el propietario del
circo que le da cobijo y le ofrece casarse con ella para no incurrir
en la fatal ira del dictador.
Anne Simon creó los
capítulos que componen el cómic de forma desordenada y luego los
ordenó cronológicamente al idear y crear nuevo material cuando los
recopiló. Casi todos los episodios tienen un diseño de página
propio: los hay que tienen cuatro viñetas por página, otros seis,
algunos doce; casi todos tienen una ornamentación diferente que los
particulariza, pero las florituras estéticas nunca entorpecen la
lectura de la obra; a veces las viñetas están separadas por calles,
a veces por una línea que las rodea, a veces por una doble línea, a
veces por un espacio en blanco; dignas de mención son aquellas
viñetas que narran toda una secuencia de acontecimientos de forma
clara y gráfica en una sola de ellas.
El dibujo es
francamente delicioso.
Como cuento que es,
El cantar de Aglaé tiene momentos y personajes ingeniosos y tiene un
sabor agridulce, de tragicomedia.
Como fábula
feminista cede el protagonismo a los personajes femeninos,
especialmente a Aglaé y a Simone, secretaria del reino. Sin embargo,
no se descuida a ningún personaje, ni femenino ni masculino y, a
excepción de los comparsas que dan color, todos tienen una función
dentro de esta parábola.
Porque la parábola
no solo es un grito contra el machismo y la desigualdad
institucionalizada. La autora plantea serias dudas sobre el peso de
la corona, si el poder corrompe a mujeres y a hombres por igual y, en
su desenlace, habla de la inescapable tiranía biológica y social,
cuando pese a los ideales que se esgriman, por muy puro que uno
intente ser, puede acabar derrotado y convertido en lo que uno
odiaba.
Da que pensar,
¿verdad?
Jaume Albertí