Cuando aborrecí por un tiempo el género de superhéroes, que nutría
casi el 100% de mis lecturas, me tiré de cabeza al género
autobiográfico. Lewis Trondheim, Harvey Pekar y Fermín Solis fueron
algunos de mis favoritos.
Hacía mucho que no
leía a Solís pero me he reencontrado con él en este Buñuel en el
laberinto de las tortugas, del que recientemente se ha estrenado una
versión fílmica de animación.
El concepto no puede
ser más interesante: aventurarse en un making off inventado sobre
las circunstancias que rodearon la realización de Las Hurdes,
tierra sin pan, documental que Buñuel filmó sobre este trozo de
geografía española caracterizado por una miseria más allá de la
miseria, donde los propios habitantes a menudo se dejaban morir en
medio de la calle.
Las escenas oníricas
y surrealistas son lo mejor del tebeo, así como los chispeantes
diálogos. Acompañamos a Buñuel durante una primera parte
ambientada en París y una segunda que trascurre en Las Hurdes y
aledaños. Asistimos así mismo al intento del protagonista por
rebelarse contra un sistema de ricos y depauperados, de emplear el
arte como potencia revolucionaria y transformadora de la sociedad.
Este debate interno y externo de Buñuel saca a la luz sus
contradicciones, dudas y una cierta prepotencia como creador pagado
de sí mismo, que no renuncia a falsear las imágenes del documental
para que lo que retrata sea aún más terrorífico. Los tiras y
aflojas con los habitantes de la región y con su propio equipo de
filmación ponen de relieve estos temas y otros más que uno puede
detenerse a explorar durante la lectura. La página final, con los
destinos reales de los personajes principales es brutal y aterradora
como la vida misma.
Esta nueva edición
de la obra (hubo dos anteriores) presenta el color por primera vez e
incluye un extenso apartado de extras con las investigaciones de
Solís sobre Buñuel y el resto de personajes históricos y varias
decenas de páginas de una versión previa del cómic que el autor
finalmente descartó en favor de la finalmente publicada.
Jaume Albertí